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Los diez goles del odio

En 1952 en

los JJOO, Helsinki fue

escenario de una

confrontación que trascendió

más allá de una cancha de fútbol;

aquí la historia del partido

de leyenda entre Yugoslavia

y la Unión Soviética.


Soviéticos a la izquierda, yugoslavos a la derecha. Actos protocolarios. Foto: blog storiedicalcio.

En plena Guerra Fría el Camarada Supremo ardía de adentro por la "desobediencia" yugoslava; no toleraba ningún liderazgo comunista que no fuera promulgado por la Unión Soviética. La obsesión por desaparecer al Mariscal llevó a Stalin a planear 22 intentos de asesinato. La carta de respuesta de Tito le heló la sangre: "Si no paras de enviarme asesinos, yo enviaré a Moscú a uno muy rápido, y desde luego que no hará falta que envíe a otro"


Tito y Stalin, más odios que amores. Foto: alb-spirit.com

Con esa atmósfera de por medio, otros 22, esta vez futbolistas, se jugaban algo más que el pase a la siguiente ronda del fútbol de los Juegos Olímpicos de Helsinki de 1952. Se jugaban su pellejo y el orgullo de todo un país; además, por supuesto, del enorme ego de sus mandatarios. El partido de Yugoslavia contra La Unión Soviética de dichas olimpiadas en octavos de final, es considerado mítico por todo lo que lo rodeaba y desde luego por su resultado.


Stalin quería demostrar su poderío en todos los frentes, y las olimpiadas del 52 se mostraban como un trofeo que también quería conquistar. Las medallas en el pecho de sus muchachos, serían un mensaje claro de supremacía al resto de gobernantes. La Unión Soviética participaría por primera vez en los olímpicos y le venía como anillo al dedo su sentido amateur; camuflados en simples trabajadores de fábrica, sus deportistas eran máquinas diseñadas para ganar.


Inauguración de las olimpiadas de Helsinki 1952. Foto: Anotando fútbol.

En el caso del fútbol y de otros deportes, hubo que cambiar su sentido proletario. Para dicho fin, los soviéticos contaban con clubes deportivos de origen militar como el famoso CSKA de Moscú fundado en 1911. Conocido como el equipo del ejército rojo, tenía y tiene presencia en muchos deportes, de allí su importancia. De lógica y por consiguiente, la gran mayoría de deportistas de alto rendimiento que fueron a la guerra entre el 41 y el 45.


Acabada la misma, la ayuda al deporte siguió siendo prioridad para Stalin y se destinaron amplios recursos. Quería ganarle a los Estados Unidos en el medallero general a como diera lugar en Helsinki (fue segunda con 71 medallas frente a las 76 estadounidenses, en Melbourne 56 quedaría primera). Aunque el fútbol soviético recién fue reconocido por la FIFA meses antes de las justas, el Camarada Supremo contaba con esa medalla y de paso se le presentaba la oportunidad de demostrarle a Tito quien era el que mandaba.


La selección yugoslava tenía una historia más amplia como federación de fútbol. Venía participando de las competencias desde Amberes en 1920; pero como dato curioso, ese equipo que jugaría en Helsinki, estaba conformado por mayoría del Partizan de Belgrado. El equipo de los partisanos yugoslavos, formación comunista militar durante la Segunda Guerra Mundial, había sido creado a imagen y semejanza del CSKA que visitó Belgrado en el 45 después del fin de la guerra. Allí recibió elogios y sirvió de ejemplo para los oficiales que crearon el Partizan. Los que antes se abrazaban como héroes de guerra ahora se odiaban por cuenta de la geopolítica.


CSKA y Partizan, la hermandad que no destruyó la Guerra Fría. Foto: m.vk.com

El hombre gol de Yugoslavia era Stjepan Bobek; quinto máximo goleador europeo en ligas de primera división con 423 dianas, realizadas casi en su totalidad con los blanquinegros del Partizan. De él diría Puskás: "La técnica de Bobek con el balón no tiene rival. No me da vergüenza admitir que intenté copiarlo". Otro jugador importante de los balcánicos sería el míster de las frases míticas, Vujadin Boškov; centrocampista cerebral y director técnico multicampeón con el Real Madrid y La Samdoria, con la cual rozó la gloria en aquella final del 92 perdida contra el Barcelona.


Bobek y Boskov figuras de Yugoslavia.Fotos:crnobelanostalgija.com y jugadoresfallecidosrip.blogspot.com

Por el lado del equipo soviético la mayoría eran jugadores del CSKA; pero su mejor hombre era Konstantín Ivánovich Béskov del Dínamo de Moscú. Su preparación física era superlativa, había servido en las fuerzas especiales en Moldavia y Moscú, y gracias a ello lideró la famosa remontada.


Beskov, jugador y entrenador del Dínamo de Moscú. Foto rusteam.permian.ru

Toda Yugoslavia estaba pendiente del partido incluyendo a Tito, que personalmente había enviado un telegrama de aliento que fue leído antes de salir al terreno de juego. El propio Stjepan Bobek diría años después que sería tanto el nerviosismo, que ni durmieron ni comieron días antes del crucial encuentro. Yugoslavia venía de vapulear 10-1 a los jugadores descalzos de la India, y los soviéticos de sufrir ganando 2-1 sobre la hora a un duro equipo de Bulgaria.


El 20 de julio en el Ratina Stadium de Tampere, el árbitro inglés Arthur Ellis, el famoso Arthur Ellis que merece capítulo aparte, daba el pitazo inicial ante diecisiete mil aficionados. Rápidamente los balcánicos toman la iniciativa mostrando un juego atractivo, asociativo y de posesión; no en vano serían llamados con el tiempo los brasileños de Europa. Uno tras otro van cayendo los goles: Mitic al minuto 29, Ognjanov al 33 y Branko Zebec al 44 cierran un primer tiempo perfecto para Yugoslavia. Recién empieza el segundo tiempo Bobek se une a la fiesta poniendo el cuarto gol. Bobrov parece anotar el gol de la "honrrilla" a los 53 minutos para los soviéticos; pero Zabec, a la postre uno de los goleadores del torneo, anota el quinto para la alegría de Tito.


Bobrov anota el 5-3, descuento que sobre la raya trata de impedir Boskov (número 6). Foto: blog storiedicalcio.

Nadie daba un peso por una remontada soviética, ni siquiera el propio Stalin, que alistaba los cupos para el equipo en el gulag. Pero "fútbol es fútbol"; frase que de seguro escribió ese día Boškov al ver como Alexander Petrov ponía tablas en el último minuto. Otros dos goles de Bobrov y uno de Trofimov habían puesto el partido a tiro de empate antes que el inglés pitara el final.


Se jugaron treinta minutos de tiempo suplementario sin goles en las porterías; así terminaba el partido del odio entre las repúblicas comunistas: 5-5. Encuentro de leyenda que sólo sería el inicio de las batallas más dramáticas y violentas entre estos dos equipos. El partido de desempate lo ganaría Yugoslavia 3-1 poniendo a celebrar a todo un país como jamás se haya visto. El New York Times lo describió como un partido más cercano al fútbol americano. Finalmente serían subcampeones detrás de los magiares mágicos; una medalla de plata que a Tito le supo a oro por eliminar a sus acérrimos rivales.


Tan pronto los jugadores balcánicos ingresaron al camerino tras el partido de desempate, le escribieron un telegrama de respuesta a Tito: "luchamos y vencimos"


Nóminas


Yugoslavia: Beara, Stankovic, Crnkovic, Cajkowski, Horvat, Boskov, Ognjanov, Mitic, Vukas, Bobek, Zebec.


Unión Soviética: Ivanov, Krizhevski, Bashashkin, Nirkov, Petrov, Netto(c), Trofimov, Nikolaiev, Bobrov, Mariutin, Beskov.



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